I de VIII

I

Muchas veces, el alba es solo otro día, aquí, como puede ser allá, sin emociones o cosas nuevas, uno espera del nuevo día lo que se espera del día anterior, todo normal. Sin sobre saltos. De repente algo pasa, como lo que hoy iba a acontecer, esta noche, -porque hay ciertas historias que comienzan de noche-, como lo mágico, y como lo que no comprendemos muy bien, como un sueño que nos despierta a la mitad de la nada y nos deja con las ganas de ser Alicia siguiendo al conejo apurado y caer al interior de su madriguera, en los brazos de una quimera que se confunde con lo real y es que de esa misma forma esta noche es una muy diferente, lo murmuran las palmeras en su vaivén de conversa en conversa, saben que las estrellas han brillado un poquito mas que de costumbre. Reflejan el mar, que parece de plata, de mercurio agitado bajo la noche, se mueve sensual, un poco mas que todas las noches anteriores, esta vez no tiene vergüenza frente a ninguno, menos frente a la montaña, que lo mira y se deja. Ella se deja acariciar los pies y las dulces caderas, que ahora adornan algas doradas, que en el cortejo, le ofrendó su amante. Lo ha dejado entrar en sus recodos y suspira, con brisas frescas, parece reclinarse y echarse en la calma y luego al ritmo de las olas, parece entonces provocar la tormenta, ella la llama, mientras verde adentro se agitan los monos y los matorrales, los fantasmas escondidos, las ninfas, los olores debajo de las hojas y de los troncos los recuerdos impresos de quienes se tocaron recostados sobre ellos, se despiertan hasta las piedras del río. Solloza la montaña que puja, que pide, pero el temporal no escucha, no atiende, no termina de venir. Pues no es una tempestad lo que toda la playa espera, ha sido un año entero de amores entre el mar y La Bonita.
¡Esa montaña lo que esta es hinchada porque esta noche va a parir!, – dicen maliciosas las estrellas que todo lo ven, y todo lo saben.
Es un alumbramiento asistido por la propia espuma. -¡Y como trabaja! ¡Que hasta pareciera que le quiere arrancar los secretos!- exclamaban las palmeras sin poder contenerse.-

De pronto, la brisa fresca se volvió un huracán de hojas arrebatadas, lanzadas al aire en espiral, las arenas revueltas se alzaban en torbellinos y las propias palmeras, se agarraban fuertemente con sus raíces a las rocas bajo la arena, para no salir volando en el frenesí, las aguas, en sus ansias de reclamar terreno, de abarcarlo todo, se encorvaban en olas que finalmente se alzaban hasta llegar a mas de seis u ocho metros, golpeando una y otra vez con terrible violencia la costa, hasta desencajar los peñascos de los cerros escarpados, solo unos cuantos minutos bastaron. El estruendo del derrumbe, el grito de la tierra cayendo al mar, cortó la noche en dos, las olas habían cesado, en un paisaje ahora inerte, extrañamente en paz.

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Justo antes de los primeros rayos del sol, entre las cuatro y cinco, todo era silencio, unos cuantos grillos quedaron rezagados con sus sonidos titilantes y el trinar de alguna ave trasnochada. El mar contemplaba la costa y la arrullaba con un siseo lento y lleno de rocio, mientras La Bonita inerte e indiferente ya solo miraba hacia el horizonte. Un pequeño bulto comenzaba a revolver la arena, al principio inseguro, con espaciadas contracciones, lentamente desenvolvía sus capas, en una pugna dislocada contra el tiempo que en aquel momento semejaba avanzar con igual lentitud y luego con las partes expuestas, temblaba por el aire fresco del sereno, parecía respirar con dificultad, como asustado, de no saber lo que ocurría. Aquella inmensa perla era toda un espasmo de emoción que hacia un corazón nuevo, una pequeña voz, unas manitas abiertas, unos piesecitos, una sonrisa de alma pequeñita. Cuando el cielo mostró los iniciales surcos naranja en el azul naciente, el Sol parecía salir a entregarse con todas sus fuerzas en un abrazo para la nueva criaturita, sin sorprenderse de que ya rápidamente fuera una pequeña con la apariencia de una niña mortal de 6 años que sin mas, lo esperaba de pie a la orilla de las aguas. Se limpiaba los ojitos con ambos brazos levantados, le era difícil abrirlos pues aun los cubría una película de lagrimas y arena cristalizada sobre su rostro. El rey estrella le peino los oscuros cabellos ensortijados, también retiró los restos de cascara que aun colgaban de su espalda y de sus hombros. Luego subió a su rostro y la besó, bendisiendole la mirada que ahora llena y despierta en un par de grandes ojos color miel, llevaba La Esperanza como su mayor don, regalo que le había sido concedido por el propio astro con motivo de su nacimiento.

Canelita era en verdad como el imaginario de preciosos versos, era como los escritos insinuantes de algún paraíso que uno imagina. La niña, iba progresivamente revelando una silueta espléndida con formas que recordaban al sur, como playa del Corcovado, de curvas, de floresta inesperada, emanaba un olor de amores y de frutas maduras del trópico. Como las olas de Choroni y sus ríos y su maleza, era salvaje y hermosa, la piel morena y brillante era hecha de la arena misma. Miraba hacia el horizonte como La Bonita lo hacía, tenía su mismo porte y altivez, pero sabía que ella no era su madre, La Bonita era una montaña de mitos y de portales maravillosos, que traía criaturas mágicas como ella a este mundo. Además, su origen comenzaba a arderle en los labios, pues en su boca latían aun frescas las ultimas palabras, de dolor de seres mortales, de dos amantes, de vidas pasadas, con el sabor amargo de las despedidas.

Me duele el pecho- pensó, – cuando vienen a mí estas frases que mi boca no ha dicho,“te espero” y luego “¿esperare por ti?” me duelen aquí, me cuesta tragar, y este sentimiento… –
Es que esas palabras no son tuyas-
Murmuraba una gaviota resagada, que al verla entendió. Se quedo allí con ella mirando a lo lejos, como tratando de adivinar que habría mas allá de esa inmensa línea que se extendía al fondo, donde el mar y el zenit hacían su acuerdo secreto. Mientras, las demás gaviotas se alejaban en bandada con remedos de ola sobre la arena y luego sobre el agua, se zambullían emulando una coreografía perfectamente coordinada, como lanzas al mar y de nuevo a surcar los aires para repetir la estrategia. Estaban pescando a esas horas y Felipe, una de las gaviotas mas experimentadas del grupo, no andaba tan hambriento y decidió abrir la conversa con la pequeña argonauta.

Es cierto, no son tus palabras- Parecía hablar con toda propiedad – Eso pasa con los moluscos recién nacidos- prosiguió, con gestos de preocupación. Junto a ella, el animal se plantó con la mirada fija en el fin del mar, como ignorando la presencia de la niña atónita.
¡De verdad!- dijo ante su mirada incrédula -¿No sabias que los argonautas nacen cuando un amante promete esperar por el otro?, Se quedan en las aguas tibias esperando a que uno de los corazones rotos recoja la promesa perdida, luego ¡Voila! … y que bonita saliste, por cierto.-
¡Por eso estos ecos de voz que rebotan en mi cabeza! ¿No soy acaso muy pequeña aun para comprender? – Felipe se volteó de repente como disparado por lo que decía la niña-
Todo empieza así, de pequeñito ¿ves? ¡De cero pues!- y continuó –¡Pero estas creciendo a toda velocidad, mírate! Así que tienes que prepararte para el viaje,
¡A empezar ya!
¿Que viaje? ¿Tengo que hacer un viaje?
¡Claro!, Si quieres ir a la Isla de los Papagayos, debes buscar el boleto en tu interior, ¡todos los moluscos vienen con el boleto en el interior!- y con estas palabras, arrancó a volar furioso, como desconcertado por tanta ignorancia. A lo lejos, se le veía mover las alas como loco, tratando de alcanzar al grupo que ya lo había olvidado tras una nube.

¿Y ahora? ¡Solo tengo este saco de palabras en mi cabeza, la certeza de no haber realmente nacido de la barriga de la montaña y dos mortales en alguna parte del mundo!- La niña suspiraba, mientras jugaba con pequeñas conchas en la orilla, era bastante confusa esta historia de mortales y viajes a quien sabe que lugar por qué habría de viajar se preguntaba, y por donde comenzar.

Pero en medio de la disertación, el mar le habló -Ah Canelita… niña, niña, niña… – Chistó, con la marea de un lado al otro, como expresando su desapruebo tiernamente en el vaivén de las olas, la miraba con ojos de padre orgulloso. -¿Qué hay del boleto en tu interior?- preguntó.

-Mar- comenzó – Siento una alegría que me cubre toda, mira, me sostiene de aquí y tensa mi ombligo hacia adentro- le dijo muy convencida señalándose parte del vientre- desde aquí, las mariposas dentro de mí la bordan toda a las paredes de mi ser para que la vea el mismo corazón y se hinche de tanta belleza, pero también llevo un susto y unas ansias que me dejan así, inmóvil en el medio de esta playa, expuesta a ti y a quien sea que quiera opinar de mi, he aterrizado o acuatizado o lo que sea, sin nada, no tengo ni un mapa, mucho menos un astrolabio o un bolsillo donde ponerlo, ¡Y que enredo es la vida!- exclamó seriamente- lo poco que sé de ella. –Para entonces agregar un tanto desanimada -¿Es acaso así de incierto mi destino?-

No había caso, el mar siseaba calmo, nada mas parecía oírse alrededor. Aquel rocío marino solo servía para arrullar sus pensamientos inquietos, así que decidió permanecer en silencio por lo que quedaba del día.

Ya sentada frente a las olas danzantes, puso su rostro sobre sus rodillas, con las piernas plegadas contra su pecho, agazapada, veía la danza de la vida que en su tiempo cósmico era más rápida que la de los mortales. Las nubes de un blanco puro, pasaban de hermosas figuras de algodón a extendidas y dispersas sombras grises sobre la tela del firmamento azul, se pintaban matices al transcurrir de las horas, naranjas, rojos y diversas combinaciones azules y violetas, luego el sol, presentó un espectáculo magno en el que sus rayos alcanzaban todas las superficies dormidas del paisaje, despertando así cada recodo. Sobre los lomos de las guacamayas al vuelo, destellaban los vivos colores, hasta sus voces parecían una explosión de arcos iris, las hojas verdísimas en las copas de los arboles mas altos y los matorrales de la montaña brillaban como pulcras esmeraldas bañadas por las lloviznas de la madrugada, así las piedras del río, que en su flujo cristalino, semejaban los diamantes y el oro de algún remoto cuento indígena. La travesía del día continuaba, en su punto más alto la luz quemaba los ojos, dorando la piel y el alma, inyectando vida a toda partícula, el regalo de la vida bajo la plena fuente era también una cascada de sonidos y olores, caricias del viento y aromas que se sentían en la piel. Ya avanzada, la claridad se tornó rápidamente taciturna, era la tarde cuando de retirada se desvestía en el azul el sol, prestaba su bata real de amarillos al cielo, sus dorados, se diluían a lo lejos con aquel manto celestial, horizontal, perdiéndose entre las nubes rasgadas. Sobre el mar solo vagaban como manchas los recuerdos, desprendiéndose y flotando desde el cuerpo del astro hasta la orilla, pensamientos sobre lo vivido, sobre lo olvidado, de nostalgias, de lo lejano, y lo ajeno, con la luna saliendo de su escondite para el breve momento en el que lograba ver a su imposible de frente.

La luna y el sol eran viejos amigos y se saludaban desde lejos, La niña observaba el encuentro y presentía el Deja-vu, ella sabe que es una historia antigua, esa la de la luna y el sol, un antiguo oráculo les había condenado, una desgracia para dos amantes mortales quienes en su tiempo de vida no pudieron estar juntos y vendieron sus almas a las estrellas para verse aunque fuese a distancia como astro y satélite. Ese instante de la tarde desvaneciente, de todas las tardes desvanecientes en el que el sol encara a la luna y no sabe que decirle, en el que toma la gracia del mar a través de un baño sensual. En un viaje a las profundidades, la luna lo ve partir. Se queda porque cree sostener ella sola la noche, por tantas otras razones, ella permanece allí viéndole alejarse, y ella inmóvil sin saber porque. Todos los días bailan el mismo ritual, y se queda la luna siempre con ganas de irse tras de él, pero habían sido tantos los milenios de ese instante, que ni él, ni ella recordaban ya el porque de aquel pacto.

Los mortales de Canelita también habían pactado, su certeza venía desde muy adentro, las voces llamaban, le guiarían a su interior, cayendo como Alicia desde lo alto a lo mas profundo de la madriguera, perseguía su propio conejo en prisa, tras un boleto, tras lo desconocido, pero el viaje aun no comenzaba. ©Jennifer 2012

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